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Ana Isabel Rodríguez Vázquez 

Poco quedaba de la que había sido una pintoresca y acogedora casa familiar.
Un raído calcetín rojo junto a la chimenea, los escasos muebles del salón cubiertos de polvo, y un solitario cactus como único superviviente del abandono.
Pero ni aquel desangelado aspecto impedía a los dos hermanos reclamar el legado materno.
El mas desfavorecido por avatares de la vida, solicitaba el uso temporal de la vivienda hasta sanear su precaria economía. Mientras el otro pretendía obtener una jugosa rentabilidad alquilándola como vivienda turística.
Pero ni apelando al derecho consuetudinario, ni al sentido común, conseguí que acercaran posiciones; y mi asistencia legal resultaba, en este caso, totalmente inoportuna.
Pués, aunque como abogado, tenía claro a quien representar, como padre no podía decantarme por ninguno de mis hijos.

 

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