Había una vez…

Laura Suárez Rodríguez · Pontevedra 

Había una vez un Rey todopoderoso cuya pragmática era jactarse de promulgar decretos en beneficio propio y, por ende, en perjuicio ajeno, más concretamente, de los pobres. Hasta que un día, un sabio anciano al que todos respetaban porque defendía a los más necesitados, hastiado de las injusticias que venía cometiendo el Rey, pidió audiencia con éste, quien lo despachó con ironía: “si quieres gobernar en mi reino deberás agasajarme con la flor del cactus real, que únicamente florece para quien haya nacido para mandar.” Cuál fue su sorpresa cuando, al cabo de los días apareció el humilde anciano con la flor más blanca y pura que se había visto nunca sobre la faz de la tierra, y he ahí que fuese proclamado abogado de la corte real. Desde entonces no se dictó en el reino ningún decreto sin su beneplácito y las cosas empezar a cambiar.

 

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