Imagen de perfilGuisos caseros

María Gil Sierra 

Cuando murió mi madre, encontré consuelo en un restaurante próximo a mi despacho. Sus sopas conseguían trasladarme a momentos felices de la niñez. Las manos de Amelia, su cocinera, lograban tal prodigio. Hasta que la pandemia cerró el local. Un día la vi en la televisión, haciendo cola para recibir alimentos gratuitos. Pensé que era mi oportunidad. Aunque el dolor por una pérdida resulte imposible de erradicar, ella había contribuido a paliarlo. Así que la busqué. Estaba sin empleo y temía el desahucio. Como abogada, lucharía por evitarlo. La ley debe proteger a la población más vulnerable, y su familia pertenecía a ese colectivo. Aquella noche, soñé con una caracola. La acerqué al oído y escuché la voz de mi madre pidiéndome que empleara su herencia con bondad. Al despertar, había arena de playa entre mis sábanas. Entonces lo decidí. Acabo de abrir un restaurante y Amelia es la chef.

 

+9

 

Queremos saber tu opinión

7 comentarios