Miserias del circo

Alberto Artaza Varasa · La Coruña 

Reconozco que al principio lo de ser abogado de un circo me ilusionaba y me llenaba de orgullo, aunque ya supusiera que ese podía ser hoy en día un mundo decadente y algo miserable. Bien poco me imaginaba. Conseguí que salieran con bien de los impagos de la publicidad de su última gira; les gané tres contenciosos que mantenían con otros tantos ayuntamientos. E incluso conseguimos evitar que trascendiera la denuncia del veterinario por el escabroso asunto de la castración del elefante. Aún así no me perdonaron mi desliz con la trapecista. Resultó ser la novia del payaso, un tipo de Sicilia, agrio como un limón, con un código de honor siciliano, claro. Acabo de hacer la mudanza del despacho a un bajo sin escaleras. Tardaré algunos meses en reponerme de la “exclusiva” función a la que fui invitado para corresponder “como se merecería” un trabajo tan profesional.

 

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