Despido improcedente

Manuel de la Peña Garrido · Madrid 

Parecía una mudanza del Circo Malasia al juzgado. Abarrotaban la sala trapecistas, funámbulos, la carnosa ayudante del mago, el domador, una troupe de enanos, el jefe de pista, un mono saltimbanqui. Junto al estrado, un augusto cabizbajo. Instó el contencioso contra su despido por impericia. Según el empresario, ya no hacía reír. Hasta los críticos circenses le habían otorgado el Premio Limón, el colmo de cualquier payaso. El juez hojeaba un código intentando evadirse del grotesco asunto. Entonces el abogado se puso una peluca pajiza y una nariz roja para interrogar a su cliente. Improvisaron un disparatado dúo, digno de los hermanos Tonetti. Las carcajadas del juez anticiparon su sentencia estimatoria. Había vuelto a ser el niño embobado en medio del Circo Price. Vitoreado por el pintoresco público, el letrado decidió colgar la toga. Actualmente protagoniza el mayor espectáculo del mundo.

 

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