El vuelo de í–caro

José María Rodríguez Gutiérrez · Sevilla 

No hubo reacción. Como abogado experimentado, siempre se consideró un maestro de la coerción, capaz de obligar a cualquiera a acatar su voluntad con la única ayuda de la oratoria, pero esta vez no supo reaccionar. Había acudido a aquel hotel a entrevistarse con su cliente para preparar una importante comparecencia por asesinato. De repente, mientras repasaban las respuestas, el acusado se despidió tranquilamente, abrió la ventana y se arrojó al vacío desde un décimo piso sin que él pudiese siquiera mover un músculo ni articular palabra alguna. Por primera vez en su vida se quedó mudo, paralizado por el horror. ¡Cuántas cosas podría haber hecho y no hizo! Podría haberlo agarrado, podría haber gritado, al menos. Era como si él mismo lo hubiese empujado. Asomado a la ventana, contemplaba el cuerpo caído de su cliente. Desde la cama, el sobre dejado por el suicida se reía de él.

 

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