Ilustración: Juan Hervás


El Testigo

Héctor Durán Vicente · Madrid 

Fuera, en la calle, todavía seguía lloviendo. El único testigo que había encontrado se movía nervioso por la habitación del hotel. Le pregunté si estaría dispuesto a declarar a favor de mi cliente, si podría dar, en la comparecencia ante el juez, algún dato sobre la identidad y el paradero del verdadero asesino que evitara la cárcel a un hombre inocente. Una reacción de pánico se reflejó en el rostro del testigo. “Él … ése … puede estar en cualquier parte”, balbuceó con esfuerzo, como si la coerción de sus recuerdos, como si la argolla de la memoria perturbara sus pensamientos. El cristal de la ventana admitió que la luz de un rayo iluminara, por un instante, la habitación. De repente, oímos crujir la madera del suelo del pasillo. Un tenue chasquido. Cada vez más fuerte. Alguien se acercaba. Fuera, en la calle, todavía seguía lloviendo.

 

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