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Paco Álvarez Arroyo 

En la pradera de Villatocinos de la Ilustración apareció un cadáver calcinado. Aquello produjo tal meneo en la población, que, aún hoy, cincuenta años después, es tema de conversación en el único bar-cafetería-restaurante de la plaza. Cual pandemia bíblica, acudieron abogados, fiscales, policías, y toda suerte de curiosos periodistas; pero nadie tocó nada hasta que llegó la jueza, que era la que mandaba, según los viejos del lugar. El forense de la comarca se aprestaba para hacer la autopsia, con la esperanza de hacer, por fin, su primer análisis de ADN y estrenar la máquina que se adquirió hace años con fondos europeos.
Nunca se supo quién era el finado, nadie pudo solventar la duda, no hubo forma de analizar nada. Don Severiano lo tiene claro desde el primer día, quien quemó al muerto fue su vecino, que desde entonces tiene muy mala cara y no habla con nadie.

 

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