La becaria

ROSA MOLINA LÓPEZ · Madrid 

Se abrió la puerta del bufete y entró ELLA. Inmediatamente nuestras brújulas ereccionaron atraídas por los enormes polos magnéticos que se apretaban debajo de su camiseta. Desenvuelta y sonriente, se acercó a mi mesa con la mano tendida para felicitarme por mis logros jurídicos. Me derretí como un carámbano en verano y el vértigo que sentí solo me permitió balbucear un ridículo agradecimiento. Os presento a la nueva becaria, mi hija, dijo el Presidente saliendo de su despacho, ¡y cuidadito!, nos amenazó con el dedo y volvió a cerrar la puerta. Que de semejante leño seco brotara ese lozano vástago era pura ciencia ficción, pero la cosa no admitía juegos, así que nos sumergimos en nuestro trabajo y ella se quedó sola, abandonada, perpleja, mirándonos trabajar a los cuatro. Durante la comida, la secretaria nos dijo que sus ojos se pusieron tristes. Nos miramos extrañados: ¿ojos? ¿qué ojos?…

 

 

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