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Manuel de la Peña Garrido 

Mi tío abuelo, Alberto Wells, me dejó como legado una máquina del tiempo. Fue terminar la carrera y empezar a ejercer en el pasado con alegatos ultramodernos. Me entrometí en procesos remotos, preteridos por la Historia. Sostuve la preterintencionalidad de Caín: solo quiso corregir a su hermano, a lo Will Smith. Impugné la primogenitura de Jacob: abusó del hambre de Esaú y la ceguera de Isaac. Conseguí que cualquier animal pudiese subir al Arca: desde el desparejado caracol hasta el transespecie ornitorrinco. Incluso defendí a Adán y Eva por falta de tipicidad: lo prohibido era comerse el dulce fruto, no catarlo. Un día cometí la torpeza de viajar a épocas recientes. Ahora intervengo en un macrojuicio de la España finisecular. Pasados quince años, seguimos atascados en cuestiones preliminares. Creo que voy a trasladarme al futuro, aunque me temo que los ciberjueces, año 2050, aún no habrán abierto la fase probatoria.

 

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