Imagen de perfilJusticia poética

Marta Trutxuelo García 

Esperaba tiritando bajo la marquesina. El coche estropeado, mi nariz congestionada, el caso del juzgado, complicado. Aquella semana no podía empezar peor. ¿O sí? Un trueno y un relámpago acompañaron la llegada de aquella mujer. Con una dulce sonrisa me dijo que se alegraba de verme, mientras me abrazaba efusivamente. Yo intentaba zafarme de semejantes atenciones y con la providencial llegada del autobús, ella huyó a la carrera como un animal despavorido. Me senté y al revisar la hora comprobé que mi reloj había sido víctima del abrazo desmedido. Aflojé la corbata manoseada y suspiré aliviado: ahí estaba mi cadena de oro, legado de mi padre.
Un mensaje al móvil me anunció que debía teletrabajar; había varios casos de COVID en el bufete.
Mientras esperaba, tosiendo, el resultado de la prueba de antígenos, no pude evitar sonreír maliciosamente deseando que aquella mujer hubiera llevado consigo algo más que mi reloj.

 

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