A duras penas
María José García LópezEl juicio estaba derivando en un auténtico guirigay. Uno de los abogados había retomado su argumentario por tercera vez consecutiva con la voz hastiada. Los insultos que se cruzaban entre ambas partes le hicieron enseguida enmudecer:
-¡Sinvergüenza!
-¡Mentecato!
El juez mandó guardar silencio e instó al letrado a continuar, que hizo su exposición con la mayor de las premuras por temor a verse silenciado de nuevo.
«Y ahora me toca a mí salir a escena, con lo mal que llevo este caso», pensé. «Qué necesidad tienen de litigar si…».
Otro insulto, otro más y correlativo a aquel, un bofetón.
Vista aplazada para la semana próxima y un gran suspiro de alivio por mi parte. Menos mal.