Imagen de perfilLUCHA DE GIGANTES

Roberto Castejón Visiedo 

Esta mañana ha sonado el timbre que instaló mi padre para mi despacho cuando habilité el bufete en la parte trasera de la vivienda. “La única bioclimática de todo Chamartín”, decía. (Siempre alardeaba de haberla podido construir solo con material reciclado). “A la fuerza ahorcan” replicaba mi madre, señalando la chatarrería familiar del patio delantero. Y se reían.

Ese tintineo tan especial (un carrillón de viento hecho con vidrios de colores) me los ha devuelto a la memoria. Sonrientes. De cuando podíamos disfrutar de la felicidad de alguien solo con verle la cara, sin intromisión de mascarillas.

El cartero ha dudado al entregarme la citación. “Soy la única residente –resiliente, he estado a punto de decir–. Y su abogada”.

Mis padres eran fuertes, inquebrantables. Fueron la china en el zapato para el nuevo plan urbano de Madrid. Ahora me toca serlo también a mí.

Una leve brisa acaricia los cristales.

 

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