No ha lugar a prórroga

Antonio Manuel Fernández de Blas · Madrid 

No me importaba que el señalamiento fuera el miércoles. Al diablo el cliente, un gilipollas elevado al cubo. Lo importante era esta final de la Copa de Europa contra el Arsenal y el “postre” después con Paola en el hotel. Conseguí una buena excusa para el aplazamiento, ya que conocía los resortes de la ley al dedillo. Las cosas no podían ir mejor: ganábamos por un gol de Brutagueño, un verdadero mago con el balón. Estaba dándole una fuerte bocanada a mi veguero cuando oí el silbato del árbitro dirigiéndose hacia nuestra portería y señalando al punto de penalti (¡siempre los señalamientos jodiéndome la vida!). No recuerdo nada más. Sobre mí tengo a la enfermera y a un cura hablándome en italiano con acento de Sicilia. Sí, mi machacado “cuore” había dicho “hasta aquí” y estaba recibiendo la absolución. ¡Y encima no había podido cometer mi último pecado con Paola!

 

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