Ilustración: Juan Hervás


La toga

Ángela Martínez Duce · Oviedo 

La mujer entró en el despacho con la desgana del que lleva sobre los hombros una pesada carga; la fecha de señalamiento del juicio por desahucio estaba cerca. Empujó el cubo y escurrió distraída la fregona. Llegó hasta el perchero. De uno de sus brazos colgaba aquella prenda mortuoria a la que los hombres instruidos llamaban toga. La contempló unos instantes, la acarició indecisa; se enfundó en ella. Como si de la capa de un mago se tratara, de inmediato, usurpó otra vida. El espejismo parecía tan real… Casa propia, buenos colegios, un hombre amable a su lado, viajes por Europa. Incluso se vio impartiendo la absolución sobre sí misma. Casi se lo creyó. Del bolsillo de su bata, la radio emitió las señales horarias. Con la mirada vigilante se quitó la toga; siguió con la fregona.

 

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