Eternamente gélida

Antonio Díez Núñez · Valladolid 

Fuimos compañeros de carrera. Yo, un don nadie luchando por abrirse camino en la vida y ser digno de su amor, me costeaba los estudios con una modesta nómina. Ella, una belleza casi angelical; como esas actrices de los cuarenta que dejan tirado al protagonista cual vulgar colilla en cualquier estación. Sagaz, fría rayando la perversidad, conseguía cuanto se proponía haciendo gala de su inteligencia. Fue durante un juicio al que asistimos en el que se dilucidaba una querella cuando conocí su verdadera personalidad. Haciendo ostentación de su sapiencia vaticinó el fallo tratándome con desdén. Desde ese momento nuestra relación comenzó a enfriarse hasta desaparecer. Más tarde el destino me sirvió el momento de la venganza. El caso era tan claro que no acepté un arbitraje. En la vista estaba inquieta pero alguien anunció que su cliente había fallecido esa noche. Me dirigió una gélida sonrisa y una malévola mirada.

 

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