Imagen de perfilUn cliente muy especial

ELENA BETHENCOURT 

Llegó desnudo a la ventana de mi despacho. Mientras mi cabeza intentaba dilucidar si era un niño o un hombre con algún problema de crecimiento, se puso a llorar. Dijo que yo le entendería porque la justicia y él iban de la mano. Me pidió ayuda para demandar a su empresa y recuperar su empleo. Entre sollozos, explicó que a pesar de los siglos de antigüedad en el puesto, le despidieron por no ser tan productivo y eficaz como antes. Ahora preferían a alguien que dominase las redes sociales y el lenguaje inclusivo y que entendiese a los jóvenes de hoy.
Repetía que el mundo entero estaba en peligro si nadie le ayudaba a promover su labor.
Le pregunté, por pura curiosidad, cómo iba a pagar mis honorarios. Fue entonces cuando desplegó sus alas y, mostrándome el arco y las flechas, me juró que nunca me faltaría el amor.

 

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