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CARMEN ANDREY MARTIN 

Lleva horas en el despacho sentado entre cajas y papeles (cuyo crecimiento es cada vez más preocupante), esperándola, pero ella no se digna a aparecer. Intenta concentrarse en el trabajo, revisando notas escritas en la portada de sus carpetas: «promover incidente de nulidad», «negociar indemnización», y opta por el asunto de un chico discapacitado que ha perdido su empleo. Cede en su empeño. No es productivo. ¿Dónde está ella? ¡Necesita que venga! Coge el móvil para relajarse y lee con afán el artículo de una maestra que aboga por un sistema inclusivo en las aulas. Imposible concentrarse.

Se recuesta en la mesa, abatido, intentando dar sentido a cinco palabras inconexas, encajándolas en un microrrelato sobre abogados. ¡Si él es abogado! Mientras tanto, escondida entre las cajas, está ella, su musa, sonriendo entre dientes. Él aún no sabe que, una vez más, ya le ha dado otra historia para su concurso.

 

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