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Vanesa Granada 

Mi abuelo fue un gran abogado. Ya se había jubilado cuando nací, pero recuerdo que hablaba de sus actuaciones orgulloso como un pirata contaría sus aventuras por islas recónditas descubiertas por el azar del viento. Eran tan emocionantes que nos reuníamos los niños de la comunidad de vecinos en casa, él se ponía su antigua toga sobre su camisa y relataba sus historias. Que si una vez logró conciliar a un gigante y al gnomo que entraba en su castillo a pellizquearle la nariz mientras dormía; que si libró de la cárcel al Ratoncito Pérez acusado de allanamiento de morada; que si defendió en un pleito a un dragón enamorado de una princesa…; y así una maravilla tras otra. Ahora, de mayor, sé que eran solo fantasías, pero como él las ha olvidado, cuando está nervioso o llora, se las susurro para que sonría como cuando triunfaba en los juzgados.

 

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