¿Y SÍ…?

Laura González Herranz · El Escorial (Madrid) 

El espía estaba agotado, cansado de su vida. Todo el día de acá para allá, vigilante, expectante, silencioso como un lince, raudo como un cohete, mirando continuamente tras su espalda, rezando por no ser descubierto. Pasaba días y días agazapado en su coche sin probar un bocado caliente. Sólo en compañía de una coca-cola ligth y unas tristes gominolas. Y fue allí, con el corazón encogido por la amargura y el pelo salpicado de canas, cuando sintió su respiración susurrándole en la nuca. Llevaba meses siguiéndola, imaginando sus andares sensuales y su boca carnosa. La imaginó salir de la casa del letrado, orgullosa, con los documentos bajo el brazo. No tuvo tiempo de verla, sintió la bala que atravesaba su pecho y en ese instante, con una claridad que nunca había tenido, comprendió la sentencia que había caído sobre él desde el mismo momento en que nació.

 

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