Shangai

Alejandro Conde Arias-Salgado · Valladolid 

Los planos de algo parecido a un cohete asomaban en el doble fondo de un maletín negro. El detenido miró con envidia a las moscas que sobrevolaban su despoblada cabeza. – No soy espía, – repitió entre sollozos. – Me llamo Fouto, Ramón Fouto. Soy letrado de Golosinas Carballo y nunca había visto esos papeles. – Recuerde la sentencia de Confucio, – repuso el traductor mientras el mastodóntico oficial chino se desabotonaba la guerrera y flexionaba los nudillos – “Sólo el necio se esconde de la verdad”. Lejos de allí, la tarde londinense amenazaba lluvia. El agente Gardiner sintió un horror creciente a medida que su supervisor examinaba el contenido del maletín negro que acababa de entregarle: calzoncillos, una bolsa de gominolas, la fotografía enmarcada de un señor calvo con una mujer y tres niños… “Un tipo amable”, pensó Gardiner. Habían compartido mesa en la cafetería del aeropuerto.

 

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