Piraña caníbal

Jaione Muguruza Lanas · Vitoria (¡µlava) 

En la soledad de mi despacho, preparando la defensa, rememoré el encuentro con mi última cliente. La Piraña me observaba con sus gélidos ojos, a través del cristal del locutorio. Toda ella era un bloque de hielo; imperturbable, distante, inhumana. Mientras sacaba del maletín una carpeta con las diligencias judiciales, papel y bolígrafo, me percaté del temblor de mis manos. Sí, estaba nervioso. En mi andadura profesional había asistido a estafadores, maltratadores e incluso pederastas, pero nunca a una sanguinaria asesina en serie. Leyendo el expediente resultaba merecido el alías con que la prensa le había rebautizado. Degustadora de casquería humana había sacrificado para complacer su paladar y perversión a cuatro personas. Con un metódico sistema de desollamiento y la marca de sus incisivos firmaba los crímenes de sus víctimas. Tal vez, el caso me viniese grande, tal vez, había llegado el momento de demostrar que no era un letrado zoquete e inexperto.

 

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