LE LLAMABAN PIRAÑA

Miguel ¡µngel Arag¡es 

Le llamaban Piraña. Su Amazonas, el vestíbulo del juzgado de guardia. Allí, en un rincón, con el móvil en la oreja, pasaba desapercibido. Parecía un bloque de mármol, salvo por los ojos, que no perdían detalle de quien entraba y salía. Cuando el móvil sonaba, escuchaba atento y sus ojos se detenían sobre un hombre que entraba esposado. Entonces se ponía en movimiento. Ese era su sistema. Simple y efectivo. No tenía piedad ni consideración. El precio era la soledad y el desprecio de sus compañeros, pero su máxima era que el que no se aprovechaba de las circunstancias era un zoquete. No era un buen abogado. Era caro, muy caro, pero era efectivo a corto plazo y de eso se valía. Luego, cuando el incauto descubría la verdad, ya era tarde. ¿Su sino? Que el olor a dinero siempre atraía a otra piraña. Entonces se devoraban.

 

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