La prueba

Isidro Catela Marcos · Madrid 

Sin pedir permiso, cogí una gominola del mostrador y, con todos los vicios de un aprendiz de letrado, le dije: “¿Sabes por qué casi nadie dudó? Porque deseaban que Pyrot fuese culpable”. En realidad, yo llevaba preparada otra sentencia. Algo así como “me llamo Pablo, por la mañana preparo oposiciones y por la tarde trabajo en La tienda del espía”. Pero me dio vergüenza y como estaba seguro de que al conocer mis ocupaciones, saldría disparada como un cohete, opté por seducirla con literatura. Ella, actuando siempre como una gran profesional, archivó “La isla de los pingüinos” y me ofreció otra chuchería, junto al nuevo libro. Dirán que son débiles certezas, que como tal no tengo prueba alguna de su amor. Y es verdad, pero ya estoy devorando “Doce hombres sin piedad”, mientras preparo lo que le voy a decir cuando regrese a la Biblioteca para devolver el préstamo.

 

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