Adulterio edulcorado

Ana María Lezcano Fuente · Santa Cruz de Bezana (Cantabria) 

La mujer esperaba la sentencia con la completa seguridad de ser absuelta. Era de una belleza que no dejaba ningún resquicio a la imperfección. Además su inteligencia superaba la media y había contratado un letrado que manejaba la ley y sus triquiñuelas con un desparpajo y aplomo inusitados. Valía bien la minuta, pensó mientras cruzaba las piernas largas y torneadas como una Venus cuyo monte apenas quedaba cubierto por una mini falda de marca que se ajustaba a su anatomía como un guante. La acusación era descabellada: ¡espía!
Rió para sus adentros. En todo caso era a ellos a los que la esposa ultrajada había mandado espiar. El veredicto, como había vaticinado fue de inocencia. Salió de la sala como un cohete. Catorce centímetros de vertiginoso tacón. En el taxi abrió el paquete de sus gominotas preferidas y las compartió con el juez.

 

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