Imagen de perfilEL DÍA DEL ÚLTIMO JUICIO

Francisco José Rubio Consuegra · Valencia 

Esa mañana, primer día de invierno según el calendario, amaneció con un frío repentino y traicionero. Por eso, Eusebio Matasangres organizó un juicio rápido en cuanto terminó el desayuno. Al desangelado acto celebrado en la salita de televisión, solamente asistió Fermina Gránulos, vecina de habitación y sorda, para más señas. Ebanista de profesión, había sido siempre un leguleyo con aires de abogado, así que sus postreros días los pasaba montando juicios a la mínima ocasión. Andrés Garbanzola, fiscal jubilado veinte años atrás, era, indefectiblemente, el acusado, siempre juzgado en rebeldía. De todo lo que acontecía en el asilo, incluidos los fenómenos meteorológicos, Garbanzola resultaba imputado. El veredicto, inalterable: culpable.
A mediodía, Matasangres dictó sentencia contra Garbanzola. Seré breve, dijo: condeno al acusado a vivir diez años más que yo. En la salita, acompañando al ebanista en el que sería su último juicio, Fermina lo miraba como si entendiese algo.

 

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