Imagen de perfilBecario contratado

Asier Elvira Zalduegui 

En una firma de prestigio, liderada por la hija de un eminente fiscal, pronto asumí que mi estancia sería breve. Mi contrato de becario expiraba en semanas, y cada intento de hablar sobre mi renovación había sido una batalla perdida zanjada con un elegante silencio.
Aún con la fecha final grabada a fuego en el calendario, empezaba cada día con las ganas suficientes para acometer las montañas de papel que cubrían mi mesa. Porque sólo ser el último eslabón de una larga cadena de maestros del escaqueo, explicaba el fenómeno paranormal que suponía que mi cubículo tuviera siempre semejante trajín.
Un día, ordenando actas y citaciones, me topé con el borrador del contrato del nuevo becario. Mi sustituto venía con mi propio juicio rápido. Recoger mis cosas y buscar asilo en otra empresa donde servir temporalmente era mi próximo horizonte. Antes me daría el lujo de redactar mi sentencia formal.

 

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