Nunca Sospecharán

Ana Rosa Díez Simarro · Madrid 

Nunca sospecharán de Claudio. Encargado de la sala de togas en los juzgados de una ciudad sureña. Pulcro, metódico, servicial. Elige la toga idónea de un vistazo. Lleva regularmente los ropones al tinte. Rellena el botijo del cual beben los letrados tras los juicios¡€™lo prefieren a la fuente ultramoderna-. Claudio sabe cómo atenderlos. Ellos le corresponden con calderilla. Merecen ser odiados. El Maestre le ordenó exterminarlos.¡€™Son enemigos de la auténtica ley?, sentenció en un correo electrónico. Ya hay cuatro abogados asesinados. Y un solo sospechoso, de nacionalidad exótica.¡€™Es inocente?, le asegura, empinando el botijo, el picapleitos que asiste de oficio al detenido. Resulta un tipo desaliñado, hediondo; fuma compulsivamente, cual chimenea.?El verdadero asesino anda suelto; cualquier día aparece degollado otro compañero?, añade. Claudio asiente, silencioso. Acaba de condenarlo. Nueva víctima del juego de rol.¡€™Así aprenderás, listillo; será una ejecución didáctica?, piensa mientras revisa las togas.

 

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