Síndrome «Lady Macbeth»

Ana Rosa Díez Simarro · Madrid 

Recién nombrada magistrada, buscó encajes dignos para las puñetas. Se prendó de uno dieciochesco, flamenco, primoroso. – Este encaje censurará su conducta, señoría. Si viola derechos de defensa, si menosprecia la abogacía, si comete iniquidad, la denunciará a su manera– le advirtió el cetrino anticuario cuando supo qué fin daría al tejido, tan distinto de adornar lencería. Meses después, al rubricar una de las tropecientas sentencias del abultado portafirmas, vio brotar unas manchitas púrpura en las marfileñas puñetas. Lo atribuyó al estrés. Pero apenas pasados unos días, tras fallar un difícil caso, las puñetas le parecieron sanguinas. Discutió con el tintorero: para ella, no habían recuperado su color. Desde entonces, cada vez que intentaba hacer justicia, creía que habían enrojecido aun más. Padecía un peculiar síndrome de Lady Macbeth: contemplaba sus puñetas indeleblemente ensangrentadas. Enloquecida, decidió malvenderlas. Hoy luce unas de ganchillo, vulgares, sin poderes. Regalo de su tía Penélope.

 

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