En conciencia

Adrián Boix Cortés · Burjasot (Valencia) 

Aún recuerdo con añoranza aquellos primeros momentos en la Facultad cuando, fascinado por el derroche de conocimientos de aquel profesor de Historia del Derecho empecé a soñar con ser un buen abogado, de los de toga en pecho y maletín a cuestas. La defensa de la igualdad, la libertad y la justicia serían mi guía en un camino que no se atisbaba nada fácil. Al comenzar la profesión, el caluroso olor a madera de mi pequeño escritorio fue sustituido por una fría y amplia mesa, la luz amarilla y tenue de mi pequeño flexo por el impío blanco de un tubo, y la grata calma del estudio solitario por el estrés diario de los tejemanejes de la profesión. Pero aún así, ya sea por el síndrome de Estocolmo o por la magia encantadora de esta profesión, lo cierto es que resulta bien difícil rehuir de ella. Mientras podamos dormir tranquilos.

 

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