Imagen de perfilCrueles eximentes

Antonio López Campos · Murcia 

Fue una mirada lo que acabó con ella. Se abrió al abogado como nunca antes lo había hecho con nadie. Le contó todo lo que ella era: los abusos sufridos desde temprana edad, sus problemas crónicos de salud y dinero, la constante necesidad de vigilar que el pasado no volviera, y también como todo aquello derivó lógicamente en el asesinato de sus hijos, en un intento de proteger su inocencia de la crueldad del mundo. Lo contó con una pasión desbordante, esperando encontrar en el letrado un esbozo de comprensión; un resquicio de empatía en aquel rostro erudito que le diera acceso a una mínima justificación de sus actos. Pero en sus ojos solo encontró terror, y su alma se supo condenada.

Pasó dos inertes años en prisión antes de morir. Y murió sin sentir inquietud alguna, pues sabía perfectamente qué clase de miradas le esperaban al otro lado.

 

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3 comentarios

  • Incluso la acción que aparenta ser más deleznable, es posible que pueda llegar a comprenderse si, tras ella, existen poderosos condicionantes, demostrables y auténticos. Terminar a sangre fría con cualquier persona, más con unos niños inocentes y, peor, aún, los propios, no se puede justificar en ningún caso. Es lógico que tu protagonista no encontrase comprensión en su abogado, como también que esperase el peor de los desprecios hasta después de morir. No hay eximente que atenúe un hecho como ese, realizado a conciencia, ni en este mundo ni en el más allá, como muestra tu relato, que pone de manifiesto que aunque cualquier ciudadano tenga derecho a ser defendido, hay hechos que no tienen defensa ninguna.
    Un saludo, Antonio