SIN SECRETOS EN LA CONFESIÓN
Juanma Velasco Centelles– Ave María Purísima.
Gustaba de referir como testificar a confesarse. Habitualmente en su concatedral de cabecera, por afinidad con el párroco, porque jamás contemplaba su inadmisión por ruindad como una posibilidad de procedimiento. Extrañamente, la Iglesia todavía no hacía caja por prestar el servicio.
Sin embargo, la voz emergente tras la rejilla no era la acostumbrada. Tan resuelta como timbrada, le provocó al confesante una vacilación impropia en alguien avezado a detectar incluso los ultrasonidos que subyacían en las declaraciones de testigos y acusados.
Sobrepasados los preliminares del ritual, el cura debutante preguntó:
– ¿De qué pecados se acusa usted?
Acusar.
El infinitivo le desentumeció esa arrogancia que trataba de sacudirse en cada confesión sin conseguirlo.
– Sólo de uno, padre, uno que envuelve a los restantes: soy abogado – recopiló.
El fallo del nuevo sacerdote no se hizo esperar.
– Rece cien padrenuestros. Con todo, no serán suficientes…
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Muy bueno, sí señor.
Gracias, buen paladar el tuyo, jaja. Saludos
Va de suyo que el guion exige que un abogado no se ajuste siempre a la verdad. Por eso, en inglés, «lawyer» y «liar» son palabras emparentadas. Suerte.
Pero también es cierto que si un abogado cree que sus mentiras sobrepasan lo admisible para su propia conciencia, pueda confesarse si con ello se libera del tormento. Saludos todos