Imagen de perfilLAS DOS CARAS DE LA VERDAD

FELIPE APARICIO HERNÁN 

La reapertura del caso Wüste no hacía otra cosa que certificar que la Jueza Castro llegaba a destino con dos premisas fundamentales: motivación y juventud. “¿Por dónde vas a empezar?”, preguntaba con sorna un viejo funcionario del juzgado. No era fácil. Décadas después, proponía lidiar con el mayor caso de corrupción que se recuerda. Previamente se investigó a políticos, policías e incluso funcionarios, pero todo quedó difuminado. Arena en el desierto.

Con ojeras que le delataban, carpeta a carpeta, Castro fue desgranando piezas del rompecabezas. Imposible librarse de algún estornudo, fruto del polvo inescrutable del tiempo en los documentos.

La Jueza pronto averiguó que a veces el enemigo lo tienes en casa. Un día antes de comenzar el juicio, visitó a su familia y soltó la bomba: “Papá, sé que estás implicado en el caso Wüste.”. Se abrió la caja de Pandora. Y no hubo amparo para el viejo Magistrado.

 

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