Por él he vivido juicios interminables, noches sin dormir preparando alegatos, rencillas entre colegas y hasta algún ajuste de cuentas que, afortunadamente para mí, no tuvo los efectos deseados.
A punto de disfrutar de unas merecidas vacaciones recibí su mensaje. No me lo pensé dos veces y me personé en el despacho. ¿Qué nuevo caso tendría preparado para mí? ¿Un asesinato en las altas esferas? ¿Vertidos ilegales que atentan contra la conservación del océano? Nada más lejos de la realidad.
Nunca me había imaginado un futuro sin él, pero ha llegado la hora de promover un cambio en mi vida. Así que meteré en la maleta la toga verde que uso en las buenas novelas y me iré a vivir en la mente de otro escritor. Yo no tengo la culpa de que se haya quedado sin ideas y quiera convertirme en un aburrido abogado de derecho mercantil.
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Las musas son así, un tanto caprichosas. A veces visitan a los escritores y se instalan en ellos, para desarrollar obras interesantes. La de tu relato prefiere hacer las maletas y marcharse, convencida de que quien iba a ser su receptor no es merecedor de ella. No siempre se puede ser creativo y genial, ni es una obligación serlo. Seguro que este abogado de Derecho Mercantil tiene sus virtudes. En todo caso, a esa musa no le faltarán pretendientes.
Una historia que, de alguna forma, plantea una dicotomía entre la excelencia o, de las que sobresalen y sorprenden, o una vida más lineal.
Un saludo y suerte, Lidia
Yo secundo tu decisión. Se nos olvida cuidar a las musas y las exprimimos hasta el último renglón y luego no las dejamos salir en la foto.
Te invitaría a venir conmigo, pero solo si las ideas las pones tú, que parece que hay un virus en el ambiente.