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María Gil Sierra 

Huyen de los chacales. De los aullidos que disparan al aire celebrando la victoria. Dos mujeres solas. También ellas saben afilar los colmillos cuando luchan por los derechos de sus “hermanas”. Desde que se titularon, han trabajado duro en el bufete para promover condiciones de plena igualdad. Ahora los depredadores andan al acecho. Quieren destriparlas y devorar su futuro. Ocultas tras los velos de impotencia, atraviesan la ciudad. Desde los puestos callejeros, les llega el aroma dulce de los jalebis y el olor fuerte de la salsa verde que acompaña a los kebabs. Ya los extrañan y todavía no se han ido. Pero el instinto de conservación exige un cambio radical en sus vidas. Aunque sin salvoconductos serán presas fáciles. Suena uno de sus móviles. “Los tenemos”, dice una voz lejana. Ellas ríen. Lloran. Y prosiguen hacia el aeropuerto para tomar el avión que las alejará de Kabul.

 

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