Imagen de perfilLa sentencia

Lidia Ramallo Sánchez 

Recuerdo con amargura cómo todos abandonaron el parque cuando las fuerzas de seguridad aparecieron. Solo Elena y yo tuvimos el valor para quedarnos, para enfrentarnos a don Amaro. Queríamos que nos explicase el innovador e ilegal proyecto con el que pretendía convertirlo en un centro comercial, pero prefirió esconderse en la inmunidad que le otorgaba la alcaldía.
Basándose en el principio de equidad un juez decidió enseñarnos educación condenándonos a recoger los escombros que las excavadoras dejaron cuando hicieron desaparecer el parque.
Díez años después Elena sigue a mi lado. No puedo dormir. Mañana me volveré a enfrentar a don Amaro, esta vez como juez, y podré leer el veredicto que lo declare culpable. «Por fin se hará justicia», me asegura Elena. Y con mi cabeza apoyada en su hombro sueño con ese momento, mientras las luces de neón del centro comercial bañan nuestra habitación.

 

 

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