Imagen de perfilCULITO DE PISTACHO

Esteban Torres Sagra 

El nuevo profesor de Laboral era arrogante como un efebo escapado de Argel. Destilaba el sexapil de una exquisita educación burlesca y nos tenía loquitas a las futuras abogadas con su talante innovador y su culito de pistacho.

-El mejor adjunto, con diferencia, que habíamos tenido –solíamos decir; aunque quizás nuestro juicio de valor no cumpliese la premisa de la equidad.

-El primer mandamiento de un abogado, queridos, es leer con concentración de orfebre toda la letra del contrato –argüía machaconamente con su estilo clásico, de retórico procaz, y ese aire de Jeff Bridges en “El amor tiene dos caras” que quitaba el hipo.

Por eso, cuando lo despidieron, no encajé bien que me confesara ignorar la prohibición de relacionarse con alumnas.

-Tercera cláusula, querido- expuse.

Me abroché el sujetador y me fui, un tanto decepcionaba por haber confundido su rebeldía por la norma con un simple lapsus de principiante.

 

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