Imagen de perfilA MEDIADOS DEL SIGLO XX

Amparo Martínez Alonso 

“De buena familia y educación esmerada”. Así rezaba la cuartilla que me presentó. Tras leer dichos calificativos, eché un vistazo a su dueña: una joven “buena” y “esmerada”, precisé mentalmente… Pero, ¿quién diablos necesitaba una mojigata sabelotodo?, me enfurecí. Lo que yo buscaba era “un” ayudante con valor, decisión y entrega. Creo que lo dejé suficientemente claro en el anuncio por palabras de aquel semanal: “Abogado innovador precisa colaborador para múltiples pleitos.”

─Perdone, señorita… Ha habido una confusión. Este bufete ya dispone de secretaria… ─farfullé, mientras le devolvía su recomendación mecanografiada.

─Me alegro, letrado ─contestó, sonriendo.
Luego, cogió la cuartilla y la guardó en su bolso. De donde sacó (para extender sobre mi mesa) fotografías de cruentos casos, pendientes de juicio…

─¿Se le revuelven las tripas? ─me interrogó. Sin esperar contestación alguna, alegó:
─¡A mí, tampoco!… Equidad, justicia, igualdad, señor letrado… Si me contrata, bien podrá presumir de abogado innovador.

 

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