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Esperanza Temprano Posada 

Me gusta comenzar bien el día. La primera palabra amable es para el portero que, como sabe que soy un nostálgico del papel, me sube la prensa escrita todas las mañanas. Ya en la cocina desayuno café endulzado o amargado con las noticias diarias y tostadas untadas con las esquelas del periódico. Fue allí donde, entre su apenada esposa y sus desconsolados hijos, me topé con su nombre. Recordaba la cicatriz que recorría su ceja, fruto de un sartenazo conyugal y también que me tocó gestionar su divorcio aunque luego no llegó a tramitarse. La última vez que le vi me confesó que no le importaría pasarse por muerto con tal de empezar una vida nueva sin ataduras. Antes de que la mermelada siguiera derramándose sobre la ubicación del funeral, cerré el periódico convencido de que muy pronto recibiría la visita de un fantasma de carne y hueso.

 

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