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Raquel Lozano Calleja 

Un hoyuelo en la barbilla y el verbo fácil fue lo único que heredé de mi padre, «el abogado Victorioso», como apodaban el resto de colegas de profesión por su capacidad de defender y alzarse con sentencias favorables en los casos más truculentos e inverosímiles.
Me hubiera gustado ser tan corpulento y atractivo como él pero mi falta de apetito y mis constantes convalecencias durante la infancia hicieron de mí un chico enclenque y debilucho.
Comencé bien pronto a repudiar las leyes, literalmente no podía con ellas. Una mezcla de laxitud en mi musculatura y de rebeldía, me hizo juntarme con amigos que acarreaban otro tipo de papelillos.
A mi padre solo se le vio derrumbarse una vez en una rueda de reconocimiento. Fue cuando tuvo que contestar al funcionario si estaba seguro. A pesar de tener la voz entrecortada, no titubeó, es mi hijo

 

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