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Margarita del Brezo 

Tuve que interrumpir mis vacaciones para relevar al juez titular, indispuesto tras ingerir churros en mal estado en la feria. Me sorprendió que antes de acercarme a la zona me hicieran firmar tantos formularios de confidencialidad. Es un asunto privado, susurraron con un tono de misterio que asustaba. No entendía nada: todos sabíamos que el Mediterráneo se había secado, y, acostumbrados como estábamos a los desmanes del cambio climático, no le dimos mayor importancia; además, aún nos quedaba el Atlántico, aunque ya se pareciese más a un charco que a un océano. ¿Cuál era el problema? Lo entendí cuando empecé a caminar por la tierra que no hace tanto tiempo cubría el mar. No daba crédito a lo que veían mis ojos: cientos, y cientos de cadáveres desperdigados, la mayoría esqueletos, y trozos de madera podrida que en algún momento pertenecieron a alguna embarcación. ¿Cómo se levanta acta de esto?

 

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