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María Gil Sierra 

Se quitó la alianza y me la entregó para que viera la fecha. Tenía dudas. Sin embargo, recordaba con nitidez sus sesenta y cinco años de matrimonio.
—Sacamos cuatro hijos adelante, señor abogado, y ahora quieren encerrarme con los viejos. ¿Qué le parece? ¿Podrá cooperar conmigo?
—¿Qué edad tiene usted?— le pregunté.
—Noventa años. Aún soy joven. Con un poco de apoyo me valgo por mí mismo. Solo quiero sentarme bajo el nogal de mi huerta. A veces me fallan las piernas, pero las puedo fortalecer caminando. Me ven como a un trasto. Y luego se les llena la boca de solidaridad, sólo palabras.
Cuando se fue, cerré el despacho y conduje hasta la residencia “El buen reposo”. Lo encontré en el patio, peleando por el único banco clavado junto a la encina —idéntica a la de nuestro cortijo—. Cogí la mano de mi padre y nos fuimos.

 

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