Imagen de perfilUn cadáver en el río

Irene Gil Cruz 

Era la tercera vez que le visitaba desde que le había sido impuesta la prisión preventiva como medida cautelar. Sentía cierto desasosiego por no haber logrado sonsacarle una palabra hasta aquel momento. Lo único que conocía del crimen, además de la víctima, era que él lo había cometido. Me temía que iba a ser un caso difícil de defender y fácil de sentenciar.

En aquella cárcel sombría y de ambiente helado, hoy tampoco hablaría. Sin embargo, me entregó una novela que culminaba con el asesinato de un héroe a un villano. Fue más tarde, inmerso en la lectura, cuando entendí que aquel libro de tapa dura, desgastado por el uso y el paso del tiempo, desvelaría todos los misterios. Había tres palabras subrayadas en todo el texto: en el glosario, ballesta; en el capítulo VII, Río Miño.

Inmediatamente alerté a fiscalía y, en pocas horas, mis temores se confirmaron.

 

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