Imagen de perfilSALVADO POR LA CAMPANA

Almudena Horcajo Sanz · MADRID 

El terrible asesinato había conmocionado a la ciudad. El juicio levantó una enorme expectación y la sala estaba abarrotada. Allí estaba yo, solo, sentado en el banquillo, era el encausado. Hacía un calor asfixiante y el sudor corría desbordado por mi cara; para secármelo vacié mi neceser, pero no encontré pañuelos. Empapado, vi como la acusación presentaba pruebas tan extravagantes como contundentes; la principal, un trozo de piel de la víctima con un tatuaje en el que se podía leer mi nombre y debajo la palabra asesino. Mi abogado enmudeció. El bullicio era enorme, el juez se afanaba en restablecer el orden golpeando la mesa con un enorme mazo de hierro, mientras miles de dedos acusadores me señalaban. La angustia me resultaba insoportable… Por fin, ¡qué alivio! La melodía que tanto aborrezco, hoy se convertía en salvadora, arrastrándome como un temporal de viento hacia la luz del día.

 

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