Imagen de perfilGlíglico

David Villar Cembellín · Sestao 

«El pueblo contra el Sr. Cortázar. Denuncia por ininteligibilidad —¡caray!, palabra paradójicamente casi ininteligible— en el capítulo 68 de Rayuela. En carpeta adjunta dispongo de dicho capítulo íntegro, a modo probatorio. ¿Algo que declarar?» «Mire, Sr. Nuez, el incidente que aquí nos ha estreclosiado con premuncia es un erpemujo sin galancia ni morazondia. Le ruego lo oropendolice en el más profundo zofio y que arrepestolice la llave al mar.» «Pero, ¿usted se está quedando conmigo? Mire que le puedo acusar de desacato, Sr. Cortázar. Responda en castellano.» «Nada más lejos de mi anzopastia, su bienemerácita. Y lo margento, pero creo estar ya currespándole de forma humefescante.» « ¡Orden en la sala! ¡Desacato! ¡Desacato!» «Umependolice sus gurcias, su buenesencia. No es marrasquisencia, sólo es glíglico.» «Tiro la toalla con usted. Desconozco si estoy ante un genio o ante un loco, me rindo. Elija usted su propia condena.» «¡Absolescencia! ¡Absolescencia! ¡E hinmortalidad!»

 

+5

 

Queremos saber tu opinión

3 comentarios

    1. Perdona, pero no lo es. Es un último guiño a Cortázar, quien utilizaba la letra H para restarle solemnidad a las grandes palabras. Te adjunto un pasaje de Rayuela, lee. Saludos.

      ***************
      —En esos días andaba caviloso, y la mala costumbre de rumiar largo cada cosa se le hacía cuesta arriba pero inevitable. Había estado dándole vueltas al gran asunto, y la incomodidad en que vivía por culpa de la Maga y de Rocamadour lo incitaba a analizar con creciente violencia la encrucijada en que se sentía metido. En esos casos Oliveira agarraba una hoja de papel y escribía las grandes palabras por las que iba resbalando su rumia. Escribía, por ejemplo: “El gran hasunto” o “la hencrucijada”. Era suficiente para ponerse a reír y cebar mate con más ganas. “La hunidad”, hescribía Holiveira. “El hego y el hotro”. Usaba las haches como otros la penicilina. Después volvía más despacio al asunto, se sentía mejor. “Lo importante es no hinflarse”, se decía Holiveira. A partir de esos momentos se sentía capaz de pensar sin que las palabras jugaran sucio.—