Imagen de perfilSIN UN ADIÓS

Almudena Horcajo Sanz 

Al difunto Rodolfo, que en paz descanse, siempre le acompañaron los problemas. Fue un artista de enorme talento, pero también un manirroto. Su acceso a la fama, por la puerta grande, lo descontroló por completo. En no pocas ocasiones, se levantaba millonario y, a la hora de acostarse, estaba ya en la ruina. Con una vida desenfrenada, iba saltando, sin descanso, de una causa judicial a otra. Aunque nada hacía para facilitar el trabajo de Ricardo, su abogado, este siempre demostró ser un profesional eficaz. Poco tiempo después de conocerse, descubrieron que les unía algo más que los pleitos. Desde entonces, han pasado más de veinte años, en los que vivieron de todo, incluso, momentos felices; a pesar de ello, nunca se separaron.
Ricardo no ha podido despedirse de él, desolado, maldice a este extraño virus que le ha arrebatado casi todo, pero que no conseguirá que cuelgue la toga.

 

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6 comentarios

  • Rodolfo debió de ser una mina para cualquier abogado. Alguien tan inquieto, capaz de enriquecerse y empobrecerse en tiempo récord, ha de tener una vida apasionante y crear multitud de pleitos en esa trayectoria tan ajetreada. Es lógico que Ricardo le tomase cariño, a pesar del trabajo que le dio, o precisamente por eso. Pero la enfermedad, cuando viene derecha, no sabe de circunstancias ni amistades, extiende sus cartas y a veces gana, con la crueldad añadida, además, de no poder hacer que dos amigos se despidan al menos.
    Por contra, este abogado no es de los que tiran la toalla o cuelgan la toga a la primera dificultad. Algunas ausencias son duras de sobrellevar, pero la vida siempre continúa para los que en ella siguen. Todos tenemos nuestra hora y es diferente para cada uno.
    Un relato que nos recuerda mucho la preocupante realidad que nos ha tocado vivir.
    Un saludo, Almudena

     
    1. Muchas gracias Ángel, muy acertado todo lo que dices, aunque no estoy muy segura de que, con ese tren de vida que llevaba, le quedase dinero para pagar las minutas de los abogados.
      Lo que estamos viviendo es muy duro, pero, como dices tú, la vida continua y tenemos que seguir adelante.
      Mucha suerte con tu relato. Un abrazo.

       
  • Los manirrotos siempre me han caído bien, como aquellos que los amparan, abogados o no. Me gusta pensar que, pese a la tristeza de la solitaria muerte, el tuyo murió después de haber vivido. Y que Ricardo, después de la pena, lo comprenderá. Un relato bien escrito, que te deja la sonrisa a medias. Enhorabuena y mi voto.