Imagen de perfilEl calcetín

Guillermo Portillo Guzmán 

El caso me pareció cuanto menos, espinoso como un cactus. Debía representar a un migrante desfavorecido por la vida que le había tocado vivir y que, tras un largo viaje de varios miles de kilómetros, se encontraba detenido en la aduana con todas sus pertenencias desparramadas sobre una mesa.
Aquel calcetín, que el perro policía había señalado de forma insistente, era inspeccionado concienzudamente por el personal aduanero, sin que, aparentemente, encontrasen lo que supuestamente iban buscando.
El derecho consuetudinario establece la presunción de inocencia ante la de culpabilidad, pero tras la desaforada actuación del entrenado can, el policía ponía en duda tal presunción, e insistía en que su perro jamás erraba el tiro.
Tardé cerca de dos horas en conseguir la libertad de mi defendido, alegando que el olor a pies, cercano a la putrefacción opiácea, no podía ser motivo de consideración delictiva y por tanto, de privación de libertad.

 

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