Imagen de perfilLEY 35/2015

Ángel Montoro Valverde 

Hizo trizas los 50 euros, cogió su varita mágica y ¡alehop! el billete como nuevo. Idéntica liturgia con el naipe quemado, del que, cual fénix, emergió una sota. Repitió la acción triturando una bombilla que tras el taumatúrgico gesto y para sorpresa del respetable, irradiaba una intensa luz, cuyo efecto cegador sirvió al ladrón para hacerse con aquel todopoderoso palitroque.

El desconcierto en la sala era absoluto, pero con total seguridad conocí al momento la identidad del maleante más que presunto, cuando descubrí vacío un taburete de la primera fila. Corriendo subí hasta el camposanto iluminado por un cuarto menguante, y allí estaba Juanito, golpeando rabiosamente con aquel palo inútil la tumba de Alicia.

Le abracé y lloramos desesperanzados, pues la varita del prestidigitador no resucitaba mamás y mi capa mágica de abogado sólo arrancará a la aseguradora del conductor bebido, coleccionista de infracciones e incumplimientos, un puñado de billetes.

 

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