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Wibo Sefeld 

Don Saturnino se había convertido en un abuelo triste y vulnerable aunque en mi mente conservaba la imagen vívida de un abogado fuerte e implacable. Tras veinte años de silencio me resultó extraño verlo en mi despacho hablándome en calidad de testador. Intentó romper el hielo mostrándome una foto antigua donde aparecíamos los dos. Cómo no me iba a acordar de mi primer empleo, esa maravillosa oportunidad para introducirme en el mundo de la abogacía de la mano de una eminencia. Juntos formábamos un tándem perfecto, luchando codo a codo para erradicar los delitos ambientales que amenazaban a la población de linces en el sur del país. Sin embargo, tras el desistimiento de varias demandas, me enteré que Don Saturnino se había dejado sobornar por una gran multinacional. Ante tamaña felonía juré que, aun siendo su hijo, jamás iba a aceptar herencia suya.

 

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