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Ana María Lezcano Fuente 

Otros años por esas fechas preparaba su estancia en la casa de la abuela, junto al mar.
Llevaba varias vacaciones, después de colocarse como abogado criminalista en un despacho conocido, yendo de pesca a lugares elegidos con cuidado para disfrutar una semana, al menos, de su pasión por la caña, a poder ser, de altura.
Sitios azules y cálidos le ponían, con suerte, algún bonito en la cubierta.
Había que pagar bien pero era soltero, joven y juicioso. Todavía no tenía ningún tipo de remordimiento.
Por eso, el verano después de la pandemia y muerte de su querida abuela por el virus, se ocupó de buscar algo diferente.
Encontró una asociación dedicada a conservar el planeta. Una más.
Casi nada, se dijo.
Y así, en ese atípico estío se dedicó a recoger plásticos dañinos, vigilar vertidos sospechosos y procurar, con pasión, mantener limpias las aguas.
Y dejó, también, de pescar…

 

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